sábado, 3 de octubre de 2009

"No es racismo,es solamente higiene"

Wilfredo Ardito Vega

Si una familia tiene platos separados, baños separados o cubiertos distintos para la empleada, eso no es discriminación”, me dice una mujer policía durante una charla en Chiclayo. “Es cuestión de higiene”.

Muchas veces he escuchado que los comportamientos discriminatorios y racistas hacia las trabajadoras del hogar se justifican con este argumento... que resulta bastante ilógico: si ella tuviera los mencionados problemas de higiene, sería absurdo que tendiera las camas de la familia, preparara su comida o estuviera cerca de los niños.

En realidad, las prácticas cotidianas de segregación en el hogar se deben a la percepción de que la empleada es un ser inferior, que no merece el mismo trato. Por eso mismo también parece tan normal asignarle una habitación incómoda e insalubre... y a veces ni siquiera eso: “En el edificio de Mivivienda donde yo vivo hay veinte familias con empleada cama adentro” señala una activista feminista “y no sé dónde la hacen dormir, porque los departamentos son muy pequeños y no tienen cuarto de servicio”.

También hay quienes, en cambio, saben combinar perfectamente la opulencia con la mezquindad cuando se trata de la trabajadora del hogar. Un amigo abogado recuerda: “En el buffet del Hotel El Pueblo, un tipo no quería pagar por el consumo de la empleada, diciendo que ella sólo había comido un poco de lo que sus hijos se habían servido”.

Debido a estas prácticas tan generalizadas muestran la importancia de la participación de tantas personas en el Operativo Empleada Audaz, demostrando que viene apareciendo una tendencia contracorriente de respeto por los derechos de las trabajadoras del hogar. Es más, cada vez me es más común escuchar a diversas personas comentar que le han subido el sueldo a sus empleadas, que ellas han salido de vacaciones, que deben pagar la gratificación o que no tienen apoyo doméstico porque es feriado.

-La última Nochebuena detesté las leyes peruanas –me dice, sonriendo, un médico de San Isidro que debió lavar toda la vajilla acumulada de la cena navideña.

Ahora es más frecuente también presentar a la empleada a las visitas, muchas de las cuales no saben cómo saludarla (y ni siquiera han enseñado a sus hijos a hacerlo). Algunos amigos míos tienen costumbres que sus vecinos podrían considerar excéntricas, como llevar a sus hijos a conocer “la casa de la empleada”, en Puente Piedra o San Genaro.

En algunos casos, este cambio de mentalidades puede tener imágenes curiosas: un amigo de Pueblo Libre refiere que a veces él termina dándole de comer al bebé de su empleada, mientras ella está atendiendo a sus hijos.

Quienes rompen la relación distante y fría con la trabajadora del hogar terminan palpando cuán injusta es la sociedad peruana hacia los más débiles. “Pasó un mes antes que nos diéramos cuenta que ella no sabía leer, porque simplemente no se nos había ocurrido que fuera posible. La convencimos que no había que avergonzarse y la matriculamos en el colegio. Ahora por fin ha aprendido”, me cuenta una abogada de Surco sobre su empleada huanuqueña.

“Entré a visitarla en la Maternidad de Lima –me cuenta una amiga de Magdalena sobre su empleada cajamarquina -y encontré a decenas de mujeres paradas, gritando y esperando que alguien las atendiera. Por fin llegué a los pabellones y en varias camas habían acomodado a dos mujeres. Inclusive me sellaron la mano, porque algunas chicas se escapan dejando a sus hijos. A veces no pueden pagar la cuenta”.

En las ocasiones más afortunadas, la presencia en la familia de un médico, un psicólogo o un abogado, permite a la trabajadora del hogar enfrentar un problema suyo o de un familiar que en otro contexto habría quedado sin solución.

Algunas personas, además, creen que es su deber intervenir también para mejorar la situación de las personas que trabajan en otros hogares. Están quienes difunden la Ley 27986 entre sus amigos y vecinos... o entre las empleadas de ellos. Otros quisieran actuar cuando ven a muchas empleadas trabajar un domingo o un feriado como si fuera un día normal. Algunos se oponen a las normas discriminatorias en los clubes a los que pertenecen, pero sienten que si hablan serán acallados por los demás socios. En el Club Terrazas se llega al extremo de prohibir a las trabajadoras del hogar usar sandalias y sólo se les admite con zapatillas.

Esperemos que el próximo 30 de marzo, Día de las Trabajadoras del Hogar, no sea una fecha desapercibida y que muchas personas, sea quienes participaron en el Operativo Empleada Audaz o quienes hubieran querido hacerlo, intenten tener un gesto especial en casa, como un regalo o una invitación a comer afuera. Acaso en algunos colegios se estimule a los niños a preparar una tarjeta de saludo para sus nanas.

Una problemática hasta hace poco oculta comienza a emerger como un serio problema de justicia y convivencia humana.