jueves, 1 de octubre de 2009

Discurso en la Plaza de Acho

(Discurso Nacionalista en la Plaza de Acho, Lima 1931)
Victor Raúl Haya de la Torre (*)
Fuente: Caretas - Los 50 Libros que Todo Peruano Culto Debe Leer

Como no hemos tenido nunca en el país, Partidos de principios, se ha confundido con frecuencia el programa máximo y el programa mínimo del aprismo. Todos los Partidos modernos tienen un programa máximo y un programa mínimo. En el Perú se ha pretendido confundir estos dos aspectos de nuestra ideología.


El programa máximo del aprismo tiene un significado continental que no excluye el programa de aplicación nacional. Nosotros consideramos que el Perú no puede apartarse de los problemas de la América Latina, y que la América Latina no puede apartarse de los problemas del mundo. Si vivimos dentro de un sistema económico internacional y la economía juega rol decisivo en la vida política de los pueblos, sería absurdo pensar que el Perú, que cuenta con una economía en parte dependiente de ese organismo económico internacional, pudiera vivir aislado contra todo precepto científico y contra toda corriente de relación que es garantía de progreso.


Internacionalismo y bolivarismo

Nosotros no sólo tenemos que prepararnos a ser un pueblo perfectamente contexturado, sino tenemos que preparamos a incorporar a ese pueblo dentro del sistema de relaciones internacionales. El Perú, repito, no puede apartarse de los problemas de América, ni América puede apartarse de los problemas del mundo. Nuestro concepto continental no excluye nuestro concepto nacional; al contrario, nosotros, de acuerdo con el clásico autor de «La República » vamos de las partes al todo. Nosotros tenemos que contemplar previamente el problema nacional; ser nacionalistas integrales para ser continentales de veras, y, juntos así, poder incorporarnos a la marcha de la civilización mundial.


De otro lado, nuestro programa máximo continental, no es sino la cristalización modernizada del viejo ideal bolivariano. Nosotros hemos sintetizado en un programa de unidad económica y política latinoamericana las frases inmortales de Bolívar: «Unión, Unión América adorada, que si no la anarquía te va a devorar».


Política y economía

Dentro del concepto estrictamente económico, la América Latina constituye una zona; zona productora de materias primas; zona agrícola-minera, zona de influencia extranjera, zona en formación, cuyas variantes nacionales no excluyen la inmensa unidad del problema; zona, pues, que dentro de la geografía económica del mundo, está situada y limitada entre las fronteras de América Latina. El Perú forma parte de esta zona; y, nosotros, tenemos que impulsar su incorporación como zona económica, en el gran todo de la zona económica latinoamericana.


¿Por qué es fundamental en el aprismo la vinculación del concepto político con el concepto económico? En nuestro país no ha prevalecido hasta hoy sino un concepto heroico, pasajero, empírico de la política. Pero no hemos tenido todavía la forma científica de la política que se basa en la economía; que no inventa una realidad sino la descubre en el propio medio donde actúa el pueblo al cual se pretende organizar y gobernar. Es fundamental en el aprismo la vinculación del concepto economía al concepto política como indispensable para el sabio dominio del Estado. Todos sabemos que en este país la ciencia económica, sobre todo en el gobierno, no se ha incorporado sino en forma elemental. Se ha dicho –y me parece bien– que la mayor parte de nuestros políticos han ignorado la Economía Política, aunque hayan sido sabios en Economía Doméstica. Que no ha habido concepto económico en nuestra política lo voy a demostrar después. Pero quiero sí, hacer mención de este hecho simple: en el Perú se confunde con frecuencia Economía con Finanzas. Más aún, en el Perú no se ha gobernado económicamente porque no ha habido nunca Estadística; somos un país donde no sabemos cuántos habitantes hay. No puede haber Economía sin Estadística y nosotros en el Perú, si no sabemos cuántos somos, no podemos determinar qué necesitamos, no podemos saber qué producimos con exactitud. El único censo del Perú es de 1876; hay un cálculo de 1896 y una estimativa al ojo, de 1923. No ha habido pues, en nuestra política, noción de economía y de allí deriva, sin duda, la forma como hemos sido gobernados.


La revolución de la Independencia

Pero quiero volver, por un instante, a mi punto de partida y hacer una breve síntesis de nuestra interpretación histórica de la realidad nacional.


Alberdi, ha dicho que la independencia sudamericana careció de concepto pero ha sido fecunda en paradojas. Desde el punto de vista netamente económico, la emancipación de los pueblos sudamericanos estuvo dirigida, conducida, por la clase latifundista criolla que quiso emanciparse del control económico y político de la Corona de España. Esta clase fue la que nos dio nuestros grandes héroes; esa clase, asumiendo su rol histórico, condujo a los pueblos latinoamericanos a la independencia; pero ese movimiento, desde el punto de vista estrictamente económico, constituyó la emancipación del latifundio sudamericano de la gran presión de la Corona de España. Ningún movimiento más clásico, en ese sentido, que el de la independencia Argentina, cuando a raíz del desconocimiento que hizo el Virrey del reclamo de los veinte mil propietarios o estancieros encabezados por Moreno, se produjo el movimiento de emancipación.


Sin embargo, a este movimiento le faltó ideología propia. Fue un movimiento que formó el concepto de la gran propiedad, dándole a la clase propietaria el control del Estado. No obstante, su ideología fue en gran parte la ideología de la revolución francesa que en el orden económico significaba lo contrario: movimiento de destrucción de la gran propiedad, de destrucción del feudalismo, movimiento de formación de las clases burguesas y de la pequeña propiedad. Entonces tuvimos nosotros, ante una realidad económica y social enteramente latifundista, un sistema político republicano y democrático que nunca coincidió con nuestra realidad; inconexión entre el sistema y la realidad que nos ha dado el vaivén de toda nuestra vida política, vaivén que no es sino la expresión clara de la completa contradicción entre el sistema y la realidad. Por eso tuvimos democracia en el nombre.Por eso todo nuestro vaivén de políticos tuvo una raíz estatal. Siempre la alternativa entre la tiranía y la anarquía ha constituido el proceso de nuestra vida política y económica. De allí que nuestra concepción de la organización política del Estado haya tenido que ser elemental; haya tenido que ser absolutamente primitiva. ¿Cuál fue nuestra organización económica del Estado? Simplemente la entrega progresiva de la riqueza nacional constituida por zonas productoras de materias primas.


Otros pueblos de América encontraron su solución económica. En la Argentina, donde hubo espíritus directores desde el comienzo de la República, se produjeron hechos basados en los magníficos apotegmas de Alberdi: «Gobernar es poblar»; de Sarmiento: «Si el pueblo es soberano, hay que educar al soberano».


Pero a nosotros nos faltaron espíritus directores. Nosotros fuimos un pueblo donde los hombres de la independencia vinieron de fuera. Nosotros no tuvimos desde los comienzos de la República el clarividente que indicara la ruta salvadora. Los comienzos de nuestra vida fueron lánguidos. No tuvimos, como ha dicho un escritor «hombres políticos cuya biografía se pueda leer entera».


Si el sistema político no coincide con la realidad económica, no puede haber política económica. La política elemental de las finanzas es el empréstito, es la hipoteca de la riqueza nacional. Una política económica en un pueblo como el nuestro, agrícola y minero, habría tenido que ser, elementalmente, una política de organización de nuestra economía agrícola, por ejemplo.


Realidad peruana y realidad europea

Pero antes de pasar al análisis de la economía nacional, permítaseme una nueva demostración de nuestro problema complicado. Nosotros como pueblo, y esto es preciso que lo repita porque forma parte de la teoría fundamental de nuestro Partido, no constituimos una entidad homogénea; nuestro desenvolvimiento económico y social no ha sido el desenvolvimiento de los pueblos europeos que han pasado, sucesivamente, de un período a otro y que han ido recorriendo una curva perfectamente clara. Nosotros no hemos vivido, como los pueblos de Europa, la sucesión del período de la barbarie por el período feudal, del período feudal por el período mercantil, del período mercantil por el período burgués, y del período burgués, por el período industrial. En nuestro país coexisten, conviven todas las etapas del desarrollo económico y social del mundo. Tenemos dentro de nuestras fronteras, desde el caníbal y el bárbaro hasta el señorito que vive la vida civilizada. Somos conciudadanos del campa y somos compatriotas del señor feudal que está detrás de las montañas. Alguna vez he dicho que quien quiera viajar a través de la historia no tiene sino que viajar de Lima al Oriente. Ante una realidad así, ¿Cuál puede ser el carácter del Estado como entidad jurídica? Hemos dicho que la clase que emancipó al Estado del control español fue la clase latifundista, pero esa clase no puede representar ni siquiera la mayoría de la nación; carece de fuerza propia para controlar el Estado, no puede representar auténticamente la mayoría de la nación. Vemos, pues, que el Estado, como entidad jurídica, no representa a ninguna de las clases propiamente, porque la clase que lo redimió carecía de fuerza propia y entonces nuestras instituciones han estado tambaleantes; el Estado ha fluctuado representado por un hombre y por una oligarquía.


En el Estado, representativo de una oligarquía, han predominado a veces, personas que tienen algo del caníbal y del señor civilizado. El Estado, pues, no responde a una realidad-económica. El Estado, como decía Aristóteles, «fue formado para hacer la vida posible y sólo puede existir para hacer la vida buena»; pero nuestro Estado no ha contribuido a hacer la vida ni posible ni buena, porque ha carecido de fuerza; porque ha carecido de autenticidad nacional; porque le ha faltado raíz en el problema mismo de la nacionalidad. Entonces aparece pues, el Estado, no como instrumento representativo de una entidad o clase nacional, sino como el instrumento de una oligarquía, y peligra cuando puede ser el instrumento de intereses extraños al país. ¿Por qué? Por una razón también económica, conciudadanos. Así como no tenemos homogeneidad racial no tenemos homogeneidad económica.


Las dos economías

La economía nacional tiene dos aspectos perfectamente definidos: el aspecto propiamente nacional y el aspecto de nuestra economía vinculada a intereses extranjeros. No podemos dejar de reconocer esta doble faz de nuestra economía. Hay en todos los pueblos como el nuestro, que no están desarrollados económicamente, la necesidad de que una parte de la economía pertenezca o esté controlada por sistemas económicos más adelantados que el nuestro. Esto es fatal. Está determinado por una ley de progreso. Pero de otro lado tenemos un aspecto de nuestra economía perfectamente nacional.


La economía nuestra que depende del extranjero, economía principalmente agraria, es una economía que depende de un sistema mucho más organizado y naturalmente más sistematizado, mejor respaldado y más garantizado que el aspecto agrícola nacional. Las empresas extranjeras que traen capital, técnica y organización a nuestra agricultura constituyen un aspecto de nuestra economía. El otro, es la empresa o el individuo agrícola nacionales que conservan sus métodos primitivos de producción y que no tienen garantía. Y entonces vemos, pues, frente a frente, la economía nuestra que depende del extranjero y la economía que depende del nacional en completa disparidad de técnica. El Estado no ha protegido nuestra economía nacional, de manera que sobre la economía extranjera ha gravitado la vida económica toda; no ha existido de otro lado la fuerza económica nacional, bajo la protección del Estado, que permita balancear esa fuerza y establecer el desarrollo de una economía total y armónica dirigida por el propio Estado. Una empresa agrícola o minera que trae capital, que trae máquinas, que trae técnicos, que trae organización, que trae también, cultura en el orden económico, frente a la empresa agrícola o minera nacional que no tiene garantía económica, que no tiene protección del Estado, ¿no representa, como imagen, el tractor frente al arado de palo?, ¿no representa, la técnica moderna frente a la técnica primitiva?, ¿qué puede producirse en una estructura económica donde, de un lado, hay técnica, capital, protección, garantía y sostenimiento y de otro lado no hay sino forma elemental de producción? Evidentemente la economía tiene que gravitar hacia lo más fuerte, hacia lo más organizado, si no representa preferentemente los intereses de lo que está más desorganizado. Esto es, compañeros y conciudadanos, lo fundamental en el gran problema económico y político del país, el desequilibrio económico y la falta de un Estado representativo de los intereses propiamente nacionales; Estado que no excluya, sea dicho con claridad, la intervención de los intereses extranjeros en el país, porque esa intervención, por propugnar una técnica superior, significa progreso, impulso y aliento para el desarrollo de nuestra propia economía. Pero es fundamental también que esa cooperación de las fuerzas económicas más desarrolladas esté en equilibrio, porque si llega a un cuerpo débil, a un cuerpo sin fuerzas propias, significaría lo que la transfusión de sangre con exceso en un cuerpo débil para soportarla: en vez de darle vida le daría muerte.


Función del imperialismo

Aquí tiene que jugar rol importantísimo este nuevo vocablo que muchos toman como algo siniestro: «Imperialismo». El «Imperialismo», como lo define Hobson, creador de la palabra, implica el uso de la maquinaria del gobierno por los intereses privados, principalmente capitalistas, a fin de asegurar para ellos las ganancias económicas fuera de un país. El Imperialismo, como dice Culberston, es la expresión económica de la civilización moderna a través de los mares. El Imperialismo no es, pues, el vocablo peligroso y atemorizante, el Imperialismo es un concepto económico; el Imperialismo es una realidad que, con la palabra de Montt, el economista democrático alemán, nadie puede negar en su evidencia histórica. Imperialismo significa la expansión de los pueblos más desarrollados en la técnica de la producción hacia los pueblos menos desarrollados. El imperialismo forma parte de este aspecto de nuestra economía que depende de los intereses extranjeros. Y como en el Imperialismo es fundamental la exportación de capitales, la expansión económica, nosotros tenemos que tomarlo en cuenta dentro de una observación de la economía del país. Porque no es que seamos enemigos del capital extranjero; es que consideramos absolutamente necesario que el Estado controle el capital extranjero a fin de que su concurso dentro de la economía nacional sea de cooperación y no de absorción. Y esta palabra absorción no tiene intención alguna, porque ya ha dicho un célebre físico y economista europeo: «Muy cerca está la economía de la física». Hay leyes de física que pueden aplicarse muy bien a los fenómenos económicos. Es muy natural que si para la expansión de una fuerza no hay resistencia, esa expansión aumentará hasta que se limite por sí misma. Si la resistencia es igual o mayor que la expansión, entonces se habrá salvado el equilibrio. Nosotros debemos crear nuestras propias resistencias, nosotros debemos crear nuestra propia presión, y, a la expansión económica que viene de fuera impulsada por leyes que son ineludibles dentro de la economía, debemos oponer la presión económica que sale de adentro y que por su fuerza e intensidad también es ley completamente necesaria para que la vida nacional mantenga el equilibrio y la armonía de nuestro organismo económico integral. El imperialismo representará, por consecuencia, en nuestro país, la etapa del capitalismo, la etapa de la industria; etapa fatal. Nosotros no podernos eludir la etapa industrial que es un período superior al período agrícola o feudal. El progreso impone que después de la edad feudal o agraria venga la edad industrial; pero, nos proponemos, bajo el control de las clases productoras que el mismo advenimiento del capitalismo crea y perfecciona, evitar los peligros grandes de ese advenimiento industrial. Y nos proponemos, provechando la experiencia histórica del mundo, obtener todos los beneficios de la industria, procurando amenguar, en cuanto se pueda, todos los dolores y todos sus aspectos de crueldad.


El capital extranjero representa en nuestro país, técnica, porque el capital extranjero es el que trae la máquina. Nosotros no somos pueblo industrial porque no hemos creado la máquina; solamente manejamos la máquina que nos viene de fuera. Pues bien, el capitalismo extranjero que es inevitable en países como el nuestro, cumple su etapa; lo importante es que la cumpla bajo el control de un Estado que represente verdaderamente a la mayoría de la nación que está interesada en no ser absorbida.


¿Hay industrialismo peruano?

Ahora bien, compañeros. ¿Cuál es el panorama social, propiamente social, que nuestra economía crea en el país? Nosotros no somos un pueblo industrial; consiguientemente la clase proletaria de la naciente industria es joven. Marx dice: «No sólo es preciso que una clase exista para que pueda conducir por sí sola los destinos de la colectividad; es necesario que esa clase adquiera conciencia, adquiera cultura y adquiera capacidad suficiente para conducir al pueblo todo». Ese período de formación de la conciencia de clase puede compararse al período de desenvolvimiento de la conciencia y de la capacidad de un niño. Un niño vive, un niño siente dolor, un niño protesta por el dolor; sin embargo, un niño no está capacitado para dirigirse por sí mismo. Las clases sociales creadas por organismos económicos o por sistemas económicos todavía en desarrollo, producen fenómenos semejantes. Las clases van formando su conciencia, se van definiendo; y aunque sufren y aspiran, carecen todavía de la capacidad suficiente para interpretar el sentimiento nacional y conducir por sí solas los destinos de la colectividad. Es Engels quien escribe que «hay un período en que podría comenzar a diferenciarse a la clase proletaria industrial de la clase no industrializada como tronco de una nueva clase ya suficientemente apta para la acción política». Antes de ese período aparece como incapaz de gobernarse por sí misma. Tal es nuestro panorama social: industrialismo incipiente y, por consiguiente, clase proletaria industrial, incipiente también.


El aprismo y las tres clases

Entonces, pues, conciudadanos, nos encontramos con este gran problema: clase proletaria industrial joven, como joven es nuestro industrialismo; clase campesina numerosa, mayoritaria, pero que a causa de deficiencia técnica está atrasada en sus métodos y en cultura; y clase media, que formando parte de lo que podríamos llamar el sector nacional de nuestra economía, carece también de garantía y sufre las consecuencias del desequilibrio económico al que fatalmente está subordinada nuestra organización nacional.


Frente a estas tres clases, la oligarquía o minoría, de la clase o de los grupos nacionales que han vinculado sus intereses a los intereses extranjeros y que, sobre todo, domina hasta hoy y controla el Estado. Bien: la vinculación de lo que hay de común en los problemas de estas tres clases, –campesina, proletaria y media–, constituye la esencia económica del aprismo.


Por eso es que están demás las recetas extranjeras para los males nacionales. Por eso es que está demás que ciertas gentes extranjerizantes quieran buscarle parangón o patrón a las teorías del aprismo. El aprismo insurge absolutamente de una realidad económica nacional. El aprismo es, como pedía el gran Engels, el buscador, el descubridor de nuestra realidad que no hemos tratado de inventarla fuera del país sino de encontrarla aquí, en el mismo y sangrante problema de la nacionalidad.


Compañeros: Si somos democracia, la democracia debe amparar el anhelo y la necesidad de la mayoría; y las clases proletaria, campesina y media que integran nuestro Partido, constituyen la mayoría de la nación.


(*) Político e intelectual de gran influencia en la historia política peruana del siglo XX, fundador del Partido Aprista Peruano.