sábado, 3 de octubre de 2009

Actividades culturales,elitismo y discriminación

Wilfredo Ardito Vega

En agosto pasado, me encontraba en la fila del Festival de Cine Latinoamericano de la Universidad Católica, cuando el asistente que estaba delante de mí dijo a su enamorada:

-Mira, ahora van a dar también varias películas africanas.

-¡Ajj! ¡Qué asco! –exclamó ella.

Puede parecer curioso que alguien que está participando en una actividad cultural, tenga expresiones racistas. Sin embargo, la sensibilidad artística puede perfectamente coexistir con la insensibilidad frente a otros seres humanos: los mismos nazis que disfrutaban a Bach y Beethoven no tenían mayor inconveniente moral en exterminar judíos, homosexuales y Testigos de Jehová.

En el Perú, muchos ilustres académicos del siglo XIX estaban convencidos que indios y negros eran seres sin derechos, sumando luego a esta categoría a los trabajadores chinos esclavizados. Conceptos como arte y cultura eran considerados inherentes a la minoría de ascendencia europea, que desdeñaba las manifestaciones culturales de sus compatriotas.

En los años 20 del siglo pasado, un grupo de jóvenes intelectuales como Víctor Raúl Haya de la Torre, Jorge Basadre, Raúl Porras Barrenechea y José Carlos Mariátegui decidió romper con estas percepciones elitistas y asumieron como su responsabilidad brindar educación a los obreros, estableciendo las Universidades Populares Gonzales Prada. Ochenta años después, llama la atención la profundidad de los debates sobre historia del Perú, literatura y actualidad mundial que entonces se suscitaban, matizados con actividades artísticas.

Sin embargo, lamentablemente, todavía hay quienes en el Perú pretenden que las manifestaciones culturales se mantengan como privilegios de una minoría. A mi modo de ver, cuando la literatura, el teatro o la música clásica poseen precios de artículos de lujo, se está legitimando una estructura social injusta. Por eso, lamento decir que, con todo el agrado que me produce la música de Silvio Rodríguez, esa es también la impresión que me producen los precios de su próximo concierto en el Jockey Plaza, que se vislumbra tan distinto de su presentación en Acho en 1986.

Otra forma de elitizar las actividades culturales es concentrarlas en Lima (y en algunos distritos), con el argumento que fuera de allí, no serán apreciadas. Se trata de un prejuicio, como se puede comprobar por el éxito de la Feria del Libro de Trujillo... y de las versiones piratas de las películas que, por tener carácter más artístico, las distribuidoras cinematogáficas exhiben sólo en el Jockey Plaza y el cine Alcázar.

Además, algunas personas pueden quedar marginadas de una actividad cultural, debido a los prejuicios racistas del personal a cargo. Hace unos meses, a la salida de una misa en Monterrico, unas jovencitas repartían volantes sobre una presentación de flamenco... sólo a los feligreses blancos. Un amigo negro recuerda: “Estaba entrando con mi esposa a la zona VIP para un concierto, con las entradas en la mano, y los vigilantes se interpusieron, para preguntarnos qué hacíamos allí” (RP 45). En una elegante librería del Ovalo Gutiérrez, los vigilantes obligan a algunos visitantes a entregar sus bolsas y paquetes, pero a ninguna señora blanca le impiden pasear con su cartera entre los libros.

Finalmente, en estos tiempos en que el Perú es oficialmente considerado un país pluricultural, algunas personas pueden encontrar una justificación adicional para privar a la mayoría de peruanos del acceso al teatro, la ópera o el ballet: el argumento que estos fenómenos no son parte de “su cultura”.

Cuando las actividades artísticas se convierten en inalcanzables por razones económicas, geográficas o raciales, terminan teniendo efectos discriminadores… y a veces todas esas razones se juntan. Ese es el caso del nuevo centro cultural que existe en el Boulevard Sur Plaza de Asia, donde el domingo pasado ni siquiera se permitió usar los baños a quienes iban a participar en el operativo Empleada Audaz y pronto se presentará Mario Vargas Llosa. Sin embargo, aún se puede ser más inaccesible: este sábado habrá un concierto benéfico de música clásica nada menos que en uno de los cuestionados clubes de playa, auspiciado por el Instituto Nacional de Cultura.

En un país como el Perú, la obligación de todos los que promueven actividades culturales debería ser procurar el acceso a la mayor parte de ciudadanos, desde los montos a pagar hasta los lugares donde se llevan a cabo. Los Festivales de Teatro en Comas y Villa El Salvador, el último Festival de Cine Europeo, que incluyó estos dos distritos y muchas ciudades del Perú, y la actividad de varias embajadas, son ejemplos que esto es posible.

Yo no considero que a todas las actividades culturales se les puede exigir que hagan pensar al individuo sobre sí mismo, su entorno y la necesidad de construir una sociedad más justa. Habrá fenómenos artísticos que sólo tienen por función crear belleza, entretener o distraer. Sin embargo, lo preocupante es que terminen reproduciendo y legitimando la desigualdad existente entre los peruanos.