martes, 29 de septiembre de 2009

Ingratos con Montesinos

Por César Hildebrandt

¿Y si me conmoviera la depresión de Montesinos? ¿Dejaría de ser decente por ello?
Pues, sí. Me conmueve la depresión de Montesinos.
Sé quién es, qué hizo y sé que a mí también quiso matarme (aparte de grabar mi teléfono, vigilarme de cuerpo presente, mandarme anónimos asquerosos e insultarme a través de Olaya y el callejón del buque de todos los Bressani).
Y sin embargo, veo a este hombre que paga con su visible ruina física parte de los delitos que cometió y siento compasión.

A este fantasma lo repudian ahora quienes se emborrachaban en su salita, quienes hicieron uso de sus putas, quienes recibieron maletines y favores y quienes, desde la banca y el comercio, tramaban la reelección a lo Chávez del ciudadano japonés que montó aquí un protectorado.
Es decir, la mafia pretende ser un unipersonal de Montesinos.

Pregúntenle a Genaro Delgado Parker quién es Montesinos y les dirá que es un canalla. Pero a Montesinos Genaro le entregó la parrilla de la programación a cambio de que sus juicios terminasen bien y él pudiera embolsicarse 70 millones de dólares (después de pagar impuestos en los Estados Unidos).

Ya no recuerda la derecha sin Portales que tenemos que Montesinos reclutó a sus mejores hombres y los hizo soldados reeleccionarios y financistas de la vaina. Allí estaban desde Dionisio Romero, al mando de la Covadonga, hasta Raúl Modenesi, sirviendo choros con su disfraz de solípedo carnavalicio. Pasando por los de los laboratorios farmacéuticos, los acereros, los Farah, los primos de la China Tudela, los nietos de Cucuchi, las hermanas de Cocoa y hasta la última ñoña de la socialité.

Montesinos no fue un accidente sino que siguió, con videograbadoras y aires modernos, la tradición de la casa Dreyffus, la justicia para chinos esclavos de las haciendas azucareras del norte, la traición del caucho y el saqueo como doctrina del gran capital. Si Stalin, según Trotsky, fue el gran organizador de derrotas, Montesinos fue el organizador de la vieja podredumbre que obligó a San Martín y a Bolívar a decretar el fusilamiento para los peruanos que seguían robando en plena guerra de la independencia.

Montesinos hizo un insumo casi artístico de la corrupción. Montesinos fue el De Sica neorrealista de la cochinada nacional. La organizó, la filmó, la enmaletó y la convirtió en la única televisión que de verdad ha valido la pena en el Perú. Y ahora nadie lo saluda. Los señoritos le dicen fo, los que lo visitaron dicen que era para hablar de la batalla de Marengo, los banqueros que lo bancaron ni se acuerdan de su cumpleaños, los periodiqueros que pidieron resignación a cambio de prescripciones se han erigido monumentos, y hasta Agustito Wiese, que hizo tan ricos negocios con la Caja Militar y Policial, dice ahora que desconoce mayormente.

No olvidemos a quién sirvió Montesinos. ¿A quiénes sirvió? A los mismos que hoy siguen cortando la mortadela, hablando sobre el modelo “que no puede cambiar” (¿verdad Fritz Du Bois?), cambiando donaciones por impuestos, asesorando al presidente de la República, pagando lo menos posible a sus trabajadores y sentándose, cada noche, a ver la tele que hoy, sin Montesinos, sigue siendo la misma pero peor.

Me da pena Montesinos. Creyó que robando como cuatrero y comprándose un “Rolex” para cada día de la semana se podría sentar con los señores que sí saben robar y que lo habían usado como ganzúa. Esa gente nunca dejó de verlo como a un pobre diablo que tenía el poder efímero de las armas, no el poder inmortal del dinero que se transforma en dinero.

Y ahora Montesinos, cuyo padre se suicidó, parece haberse dado cuenta de que su ambición fue tan criminal como inútil: jamás tendrá el talento de quienes han demostrado, con García, que para gobernar un país no se necesita ganar las elecciones.